mis cuentos, los creo con un fin específico: Hablar de lo no pensando; de esas ideas y sentimientos escondidos muy al fondo de sus mentes y corazones, de esas cosas que se niegan ser. Mis cuentos, dejarán huella en ustedes, revelarán sueños ocultos, dejarán puntos en sus manos.

lunes, 6 de junio de 2011

El Rosal

Joven, hermosa y animada; curiosa y divertida. Tenía tan solo siete años de edad, su nombre era Carla, era rubia, con trenzas y pecas, ojos azules y de baja estatura. Era jueves y su mamá cumplía años, habría una gran comida familiar, disgustarían los guisados de la abuela. El padre estaba emocionado, había comprado unos boletos en primera clase para Europa y los tenía guardados en un sobre con moño.

Carla quería regalarle a su madre algo casi tan hermoso como ella. Pero el deseo iba y venía con cada cosa más atrayente, era una niña distraída. Esa tarde Carla quiso salir a disfrutar de su infancia, tenía ganas de jugar, salió con su pelota a la calle. Vestía una falda rosa y unos zapatos blancos, no debió salir, pateaba constantemente la pelota contra la pared de la casa hasta que un tiro inoportuno dejó la pelota en la calle. La niña, preocupada por su diversión, corrió tras ella; la recogió unas cuatro casas adelante y al levantar la mirada se percató de un hermoso rosal, en el patio de una casa descuidada. El brillar de los pétalos, el color radiante, la suavidad, el olor extaciante, la belleza. No pudo evitarlo y se acercó para mirarlas, eran de un rojo intenso, tenía todas las cabecitas abiertas, regocijadas en su belleza. Carla se acordó del regalo de su madre y no pensó dos veces en arrancar unas rosas. Desafortunadamente coincidió con la salida del viejo que habitaba la casa y al notar la presencia de la niña volteó, vio que arrancaba las rosas y desenfrenado gritó: “¡Mis rosas! ¿Qué carajos haces aquí y con que despecho y libertad te llevas a mis niñas?”

--Quería llevarle a mi mam...

--¡Me importa poco lo que quieras niña!

--Sólo quería...

--¿No escuchas bien? No me importa, ¡Mis rosas! Exclamó el viejo sollozando, se acercó a Carla gritando: “¡He escogido el abono más completo para cada una de ellas! Un abono bello y especial, como tú.

Carla llorando, asustada y temblando, retrocedió poco, volteó hacia su casa, esperando a que papá corriera a salvarla. El viejo sacó un cuchillo para cortar hierba e ilusionado se acercó a ella. Si tan sólo no hubiera salido, si no hubiera pateado la pelota, si no hubiera posado sus ojos sobre las rosas, si no fueran tan hermosas.

El viejo tomó a Carla de las trenzas y la degolló rápidamente, la sangre roció a las rosas, dándoles un brillo estruendoso, el viejo sonrió y besó la frente de Carla, “es perfecto”, dijo, mirándola a los ojos desviados. Metió el cuerpo a la casa, por dentro, se veía llena de vida, había cuadros de arreglos florales pintados por grandes artistas, floreros, grandes ventanas con vista a pequeños jardines interiores. Dejó el cuerpo en la sala, entró a la cocina y agarró un vaso de limonada, regresó a donde estaba Carla, tomó un sorbo su refrescante bebida, abrió un cajón y sacó una cámara; tomó fotos al cuerpo, luego las observó cuidadosamente, con una mirada pérdida.

Arrastró el cuerpo al patio trasero y tomó un hacha, comenzó a trabajar, mientras murmuraba: “serán hermosas” luego limpió el desastre y metió todo a un costal, lo dejó recargado en la pared y subió a su cuarto, se acostó en su cama y durmió.

En la mañana siguiente, bajó el viejo a la sala. Inspirado a trabajar, salió al patio trasero, tomó el costal de abono y salió de la casa, cavó a lado de su rosal y depositó el fertilizante, lo acobijó con tierra y repartió unas semillas, alimentó a sus pequeñas con agua, rascó su cabeza, tomó las cosas e ingresó a su casa y guardó sus herramientas. Se sentó en su sala, prendió la televisión y observó varios canales de comedia, sólo se paraba al baño o por más limonada, así pasó la tarde. En la noche comenzaron las noticias: Una niña, de siete años, había desaparecido, el viejo sonrió y cambió de canal, más tarde subió a dormir. Al día siguiente salió de su casa y se sentó en el pórtico con su vaso de limonada. Horas después se acercó el padre de Carla y dijo:

--Buenos días, señor García

--Buenos días Raúl, respondió el viejo. Con voz cortada, se le preguntó: “Disculpe señor García ¿Ha visto a mi hija, Carla?

--Lo lamento Raúl, no la he visto, pero si lo hago te haré saber. Se le respondió: “Gracias señor, por cierto es un hermoso rosal el que tiene en su jardín.

--¡Gracias Raúl! Es difícil cuidarlo, pero cuando estás jubilado se facilita, además que cuento con muy buena tierra, regrese en unos meses y le mostraré unas rosas que acabé de plantar, estarán radiantes, ya las verá.

--Puedo apostarlo, bueno seños García, si sabe de Carla, avíseme, dijo Raúl.

--Por supuesto Raúl, yo le avisaré.

El padre de Carla continuó la búsqueda de respuestas y el viejo lo miró marcharse, volteó a su rosal y dijo: “Si que son bellas”. Sonriendo le dio un sorbo a su deliciosa y refrescante limonada.

domingo, 13 de marzo de 2011

El Pequeño Motel de Confianza

Doscientos sesenta y ocho kilómetros de viaje fueron los que la familia Castañeda recorrió una noche nebulosa, no había si quiera luz de luna, los Castañeda decidieron parar por el peligro que corrían estando en el coche, siguieron hasta llegar a un típico motel de paso. Debido al cansancio, hubo necesidad de estacionar el auto y dirigirse a la recepción, al entrar, un olor a brócoli guisado se percibió en toda la habitación, aquel espacio era lúgubre, viejo y descuidado. Un hombre de baja estatura y un tanto gordo, salió del baño, se rascaba el cráneo, se sorprendió de la aparición de aquellas tres figuras en su pequeño motel.

Se dirigió hacia ellos y dijo:

--¡Buenas noches y bienvenidos! ¿En qué les puedo ayudar?

El líder de la familia Castañeda contestó:

--¡Buenas noches! Estamos buscando un lugar donde hospedarnos, la noche es joven, pero nosotros lamentablemente, no somos como ella y necesitamos descansar. ¿Tendrá algún cuarto desocupado?

El dueño del lugar volteó a la parte posterior de su recepción, donde las llaves de los cuartos se encontraban colgadas, estaba pensando en qué llave darles y con mirada de satisfacción respondió:

--El cuarto número cinco tiene una hermosa vista, es amplio y recién lo pinté esta semana.

La señora Castañeda ya cansada y desesperada dijo:

--Muy bien, muy bien, denos lo que sea, con que tenga dos camas está perfecto.

Y el gordo respondió:

--Perfecto, la número cinco. Y señalando un libro viejo dijo: Nada más firme aquí por favor.

La señora volteó a su hijo de catorce años, que estaba callado y observando la conversación:

--Javier, ¿Por qué no vas llevando las cosas al cuarto y ahorita te alcanzamos?

Javier asintió y tomó la llave y enseguida su maleta, se la colgó en su hombro y arrastró la de sus papas, se dirigió al estacionamiento, para así entonces irse al cuarto. Cuando salió, la niebla había descendido como hija de Dios, prevista y en grande, venía acompañada con una brisa helada, Javier dejó un momento las maletas y se abrochó su chamarra azul marino, las cogió de nuevo y comenzó a caminar bostezando y despreocupado, ignorando el ambiente, no notaba los bichos en el suelo, los perros rondando el lugar, solo se fijaba en los números: “Uno, dos, tres…”

Al llegar a una puerta roja con un número cinco en dorado, colgado en la parte superior se detuvo. Tomó la llave y abrió la puerta. En ese momento un grupo de cinco o seis moscas salieron del cuarto junto con un hedor vomitivo y repugnante. El semblante de Javier cambió repentinamente, pasó de sentir flojera a asco, su rostro pasó de un tono blanco a un verde pastoso. Prendió la luz y descubrió que el cuarto era precioso, tenía un baño grande y una selección magnífica de azulejos. Una ventana enorme ,a lado de una de las dos camas que estaban adornadas con colchas y cojines dorados y a los pies de las camas, de forma céntrica, un hombre tirado en el piso con los sesos por fuera y el arma típica de la serie policiaca favorita de Javiercito en la mano derecha del tieso.

El gordo y chaparro del hotel tenía razón, el cuarto tenía una vista hermosa, tenía pedazos de cráneo y piel con pelo regados por la alfombra, con incluso unos fragmentos de ojo. Parecían puestos a propósito, porque hacían perfecta simetría con el cuarto.

Era amplio, como lo prometido, si Javier quisiera acostarse con los sesos por fuera, podría hacerlo sin estorbar ese trabajo. Y por supuesto cumpliendo lo dicho por el chaparro, el cuarto estaba pintado con un increíble rojo oscuro, combinaba con el dorado de las colchas y ambos con la puerta de entrada, donde se encontraba, ya un tanto petrificado, el pequeño Javier.

Pálido, boquiabierto y con ojos saltones, pensaba en aquel horrible escenario, casi podía escuchar los dos disparos.

--¿Dos disparos? ¿Por qué un maldito suicida se tiraría dos disparos?, se preguntó Javier.

Un extraño sentimiento de abandono y soledad escaló sus huesos.

--¿Papá? ¿Mamá? asustado y preocupado, volteó hacia la recepción, pero el cuerpo gordo y chaparro del recepcionista bloqueó su mirada. Estaba ahí, sonriente y armado, apuntándole entre las cejas. Javier sabía que quedaban segundos de su corta existencia, recordó todo lo que no pudo terminar, lo que no pudo decir, su mirada mostraba perdición, parecía como si su alma hubiera partido, rápida y sin pensarlo dos veces, era un ser oscuro, abrió su boca para formular un par de palabras:

--Te perdono.

Y el maldito gordo gritó: ¡No lo hagas! Que la mirada de misericordia no le es útil a mi arte. Un agudo y frío disparo cerró la boca de Javier. El nuevo mueble de catorce años cayó al suelo.

--¡Soy todo un genio! En cuanto termine de remodelar el resto de las habitaciones, de seguro conseguiré más clientela, se dijo a sí mismo con una mirada de perro rabioso, loco y perdido en la putrefacción de su mente.

El pequeño motel de confianza, ¡es un maldito infierno! Aunque muy bien vestido y bien acompañado.

Informes:

55431287

www.elpequeñomoteldeconfianza.com